Vivimos en una Sociedad 2.0. Internet ha supuesto una verdadera revolución en nuestras vidas. El modo en que trabajamos, nos comunicamos y disfrutamos de nuestro tiempo de ocio tiene un antes y un después desde la aparición de la Red de redes.
Pero lo cierto es que la propia Red está cambiando y evolucionando a una gran velocidad ante nosotros. Poco tiene que ver la Internet de hoy con la que nos empezó a llegar a nuestros hogares y trabajos allá por mediados de los 90.
Entonces, unos pocos expertos “privilegiados” eran los creadores de contenidos mediante el manejo de oscuros y complicados lenguajes de programación como el propio HTML y la gran mayoría de internautas nos limitábamos a “consumir” dichos contenidos con una casi ninguna o nula participación en los mismos.
Hoy en día, sin embargo, estamos inmersos en el fenómeno de la Web 2.0, donde todos somos creadores de contenidos para la Red gracias a la enorme simplificación de las herramientas de publicación y edición online. Fenómenos como el de los Blogs, los foros de opinión y las webs de imágenes y vídeos publicados por los usuarios o las propias redes sociales y Apps de mensajería son muy recientes (Youtube, por ejemplo, data sólo de febrero de 2005 y la propia WhatsApp, de 2009) y han supuesto una nueva revolución tanto dentro de la Red como, muy especialmente, fuera de ella.
Toda esta revolución, cada vez más acelerada, tiene un denominador común: el riesgo para nuestros derechos personales va en aumento y cada vez se ven más y más comprometidos: derechos como nuestra intimidad, nuestra privacidad o nuestro honor están mucho más amenazados en esta nueva realidad.
La palabra “honor” parece un poco trasnochada. Sin embargo, es algo plenamente vigente en nuestra sociedad (y más desde que existen las nuevas tecnologías).
El derecho al honor es un derecho fundamental, reconocido en el artículo 18.1 de nuestra Constitución, que protege tanto la dignidad como la reputación de una persona en la sociedad.
Con el auge de Internet, éste es uno de los derechos más atacados hoy en día. Frecuentemente se publican comentarios o informaciones sobre personas que las insultan o las acusan de hechos que, en muchas ocasiones, resultan inciertos y que menoscaban su imagen pública y su, no menos importante, autoestima personal.
Bien es cierto que, en nuestra vida diaria y también en la Red, nuestros comentarios están protegidos por la libertad de expresión y de información, recogida igualmente en el artículo 20 de nuestra Constitución. Esto significa que toda persona tiene derecho a expresar libremente su opinión y a informar y ser informado sobre cualquier asunto sin que, en ningún caso, se pueda establecer una censura previa.
Sin embargo, esta libertad tiene claramente un límite que es, en primer lugar, la propia veracidad de lo informado (algo a tener muy en cuenta en el actual mundo de la “post-verdad”) y, en segundo lugar y no menos importante, los derechos fundamentales ajenos, como la intimidad personal y familiar o el ya comentado derecho al honor.
¿Qué sucede con WhatsApp?
Sin duda, siempre ha habido rumores, chismorreos y comentarios de toda suerte e índole sobre terceras personas y situaciones. Somos un país muy comunicativo y pasional, para bien y para mal y, desde luego, el “cole” no es una excepción. ¿Quién no ha escuchado o participado en algún cotilleo o crítica al profesor, padre o alumno de turno? Entonces, ¿Qué ha cambiado?
Muy sencillo. Los viejos comentarios y chismes “de pasillo” quedaban, generalmente, ahí. No quedaba un rastro y, sobre todo, no tenían una trascendencia más allá de las pocas personas presentes.
Con las nuevas tecnologías, todo esto ha cambiado. Esas antiguas charlas de corrillo se trasladan ahora a una poderosa herramienta como WhatsApp que no sólo permite que dichos comentarios queden por escrito, sino que alcancen una mayor audiencia que antaño y con más impacto. Tenemos un gran poder y, por tanto, mucha más responsabilidad por nuestros actos.
No debemos expresarnos en la Red como hacemos en nuestras conversaciones privadas. Lo decía claro Virginia Shea en su libro “Netiquette”, de 1994, que resumía las primeras leyes de comportamiento de una incipiente Internet: La primera era “Nunca olvide que la persona que lee el mensaje es en efecto humana con sentimientos que pueden ser lastimados”. Una regla que debería encabezar todo grupo de WhatsApp.